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Centauros del desierto:
John Ford y sus mujeres

 

 

Es un hecho comprobable que, por efecto de un mecanismo primario de identificación, un guionista o un director empatiza y se identifica más fácilmente con los protagonistas de su mismo sexo. Siendo esto así, y la inmensa mayoría de guionistas y directores de la historia del cine de sexo masculino, se entiende fácilmente  que los personajes femeninos suelan aparecer predominantemente estereotipados, máxime en un género como el del western, tan asociado al héroe fuera de la ley y a un mundo aplastantemente masculino. Pero los grandes maestros han trascendido esos condicionantes para ofrecernos una visión más compleja de la vida y también de los personajes femeninos. Así ocurre con John Ford. Las mujeres de la que probablemente es su obra cumbre, La diligencia, presentan muchas facetas y una marcada complejidad que también se puede observar en Centauros del desierto, aunque más limitadamente; una riqueza en su concepción y tratamiento que llevará a su extremo en Siete mujeres.

 

Se puede adivinar en uno los personajes que abren la película, Martha Edwars, una admiración rayana en el enamoramiento hacia Ethan, el héroe solitario, mientras que Laurie, que no se resigna a que no se escuche su voz, se presenta libre de complejos, temperamental y apasionada. Y si los protagonistas son, indiscutiblemente, Ethan y Martin, es el rapto de Debbie el desencadenante que mueve la acción en su totalidad. Un esquema, pues, muy acorde a la época y al género concreto: los sujetos, dos hombres, persiguen un objeto, que es, en último término, la liberación de una mujer. Pero no se trata de héroes idealizados, sobre todo en el caso de Ethan, que se presenta con todas sus contradicciones internas.

 

Ford utiliza en la cinta un predominio de planos largos y medios, por lo que los escasos primeros planos adquieren una fuerte relevancia. En la impactante escena final, Debbie, una maravillosa Natalie Wood cuyo rostro aterrado e indefenso nos muestra Ford por primera vez en detalle mostrando toda su vulnerabilidad, mira a Ethan, de manera que esa vista produce en él el reconocimiento de su común humanidad. Y es esa mirada la que redime al héroe de su soledad existencial y, aún más importante, de su intolerancia. La víctima, transportada por unos fuertes brazos que contrastan delicadamente con su propia fragilidad, está a salvo, y la leyenda del héroe permanece intacta.

 

Valoración * * * * *

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