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Crítica finalista del X taller de crítica de cine de la Comunidad de Madrid.

 

Blind:
La expresión metonímica de la ceguera

Hay obras que destacan de manera especial por su contenido, es decir, por la historia que cuentan; otras, por la forma en que ese contenido se expresa; y otras, en fin, en las que la historia y la forma de expresarla están tan intrínsecamente unidas que esta ligazón se convierte en su mayor fuerza. Este es el caso de Blind. Eskil Vogt, como guionista y director, no relata acontecimientos extraordinarios ni opta por expresarlos formalmente de una manera tan impactante como, por poner solo unos ejemplos, Christopher Nolan en el aspecto temporal en su Memento o Wong Kar-wai en el estético en In the Mood for Love, sino que elabora una cuidada metonimia. Introduciendo otra ficción dentro de la ficción, transmite una idea, una sensación, un sentimiento y una vivencia: la ceguera de Ingrid, la protagonista, y sus incómodos efectos sobre su vida y su manera de experimentar el mundo. En este juego metaficcional, realidad y fantasía se solapan y entremezclan, y Vogt transmite las dudas que atenazan a Ingrid por medio de las historias que viven en su imaginación y que escribe en el ordenador. Inseguridad, dudas, impotencia, desconfianza, temor a un embarazo que daría como resultado una situación aún más fuera de su control son los temas que la inquietan y que se plantean intrínsecamente incardinados en el desarrollo del film. «¿Por qué gira todo en torno al sexo?», plantea agudamente, presentando a dos personajes en los que ese aspecto sexual está íntimamente unido al de su soledad: Einar, casi un marginado social, y Elin, una mujer divorciada. La fijación patológica de Einar por el porno y su masturbación compulsiva encuentran su correlato en la soledad existencial de Elin, y ambos buscan un sustitutivo del amor en un simulacro que lo recuerde al menos vagamente.

 

Vogt nos da hábilmente las claves de interpretación, dosificadas al principio y aplastantemente evidentes hacia la mitad de la cinta, cuando la repentina ceguera de Elin establece una misteriosa identificación con la protagonista. ¿Es real ese hecho o, por el contrario, se trata de la creación de la mente artística de Ingrid, sumida en el doloroso proceso de aceptación de su ceguera? La inteligencia y sutileza de la trama se desvela al final en su totalidad, y la dirección precisa de Vogt refleja una mesura nórdica muy alejada de la tragedia o del melodrama. Con esa contención nos ofrece una lúcida mirada a la realidad de una vida vivida a ciegas. Un poco más a ciegas, incluso, que la vida de cualquier persona.

 

Valoración * * * *

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