top of page
La herida:
Fernando Franco nos sumerge en la dolencia psíquica
de su protagonista construyendo una historia subliminal basada en el retrato del personaje

 

 

Los conceptos básicos de argumento e historia que comparte todo el arte cinematográfico, y que en muchos films se manifiestan incluso bajo los principios aristotélicos de planteamiento, nudo y desenlace, pueden adquirir muchos matices en obras con estructura menos clásica. Porque si el arte trata siempre de encontrar nuevas formas de expresión, La herida es un buen exponente de esa exploración formal. Así, en esta, como en otras películas, la importancia de lo argumental cede su lugar a otros aspectos nada desdeñables como el retrato de personajes o de ambientes, y la ópera prima de Fernando Franco cuenta una historia, sí, pero lo hace primando la expresión de los estados de ánimo y la personalidad de la protagonista sobre la narración de unos hechos concretos. Estos tienen relevancia solo en tanto en cuanto reflejan una personalidad atormentada y un estado de soledad existencial devastador. Por eso, entre otros factores, la ópera prima de Fernando Franco es muy arriesgada: presenta un tema duro y amargo y, además, no opta por edulcorarlo con la riqueza estética con la que directores como Jack Clayton en Suspense o Darren Aronofsky en Cisne negro han tratado temas similares, o con la belleza plástica con que la Wong Kar-wai adorna en In the Mood for Love una aparente ausencia argumental. El suyo es un realismo destinado a mostrar una fragilidad y necesidad afectiva máximas, una mirada intimista que solo la gran y perfectamente creíble interpretación de Marian Álvarez ha sido capaz de hacer posible.

 

Y es que, efectivamente, La herida está intensamente centrada en el personaje protagónico, Ana, una focalización que Fernando Franco realiza por medio de largos planos-secuencia en primeros y primerísimos primeros planos. Estos tienen, además, una particularidad: muchos no muestran su rostro, sino la parte posterior de su cabeza, rememorando aquellos con los que Aronofsky expresaba el desdoblamiento y contradicción interior de su protagonista en Cisne negro. Con estos planos reiterativos, el director crea una atmósfera casi irrespirable y despierta cuestiones en el espectador al mostrar conductas disfuncionales: autolesiones, hurtos, angustia, mentiras sin sentido, llanto, vómitos autoinducidos... Y tiene el acierto de contestar solo velada y sutilmente a las preguntas planteadas, por medio de datos deshilvanados que el espectador está llamado a desentrañar en una historia que adquiere pleno significado. Porque la dosificación de información no deja lugar a dudas, y la motivación de la dolencia psíquica se entrevé en esas referencias: las relaciones disfuncionales y basadas en la mentira, los datos sobre su madre, el intempestivo insulto a su padre tras un momentáneo e infantil encandilamiento, el sueño repetitivo que la protagonista tiene desde los diez años y que relata en el foro, que evocan implícitamente situaciones tanto de abandono como de abuso.

 

La película, dura y dolorosa como su propio título evoca de forma explícita, acierta de pleno en la exploración formal, y tiene tanta información escondida que resulta ser una pregunta lanzada al espectador sobre un tema dolorosamente actual. Una pregunta abierta que el film, muy acertadamente, se niega a contestar de la forma más usual o acostumbrada.

 

Valoración * * * *

Anchor 3
bottom of page