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Crítica ganadora del primer premio de la XVI edición del concurso de la Guía del Ocio "¿Quieres ser crítico de cine?"
12 de junio de 2013

 

Anna Karenina:
Revisitando el clásico de la mano
de Tom Stoppard y Joe Wright

 

La adaptación de la obra más conocida de León Tolstói, su célebre Anna Karenina, constituye para cualquier guionista, director y equipo artístico todo un desafío. El cartel publicitario de la película es ya revelador: una bellísima Anna se enmarca en los decorados de un teatro flanqueada por dos hombres: Karenin, su marido, y el conde Vronsky, su amante. Está suntuosamente vestida y la nieve cae a su alrededor, mientras un tren se dirige directamente hacia ella desde el fondo del escenario. La fotografía de la película es espléndida y lo es también el vestuario (merecido Oscar 2012). Joe Wright, efectivamente, ha optado por dar una gran brillantez a la puesta en escena y evoca de forma intencionada y explícita una obra escenificada entre bambalinas. Así, las transiciones en que los personajes recorren distintos escenarios son un guiño a lo que constituía el núcleo de la vida social del Moscú de la época, la ópera, que tendrá tanta relevancia en el desarrollo de la historia.

 

No obstante, esa brillantez escenográfica no está siempre al servicio del relato, sino que adquiere tanta importancia que va en detrimento de una más profunda inmersión en la psique de los personajes y sus sentimientos. Solo en algunos momentos Keira Knightley logra transmitir la fuerza de la pasión del inolvidable personaje de Tolstói, su lucha interior y su progresivo descenso trágico. El ostracismo al que la somete la sociedad decimonónica rusa se une a sus propios fantasmas interiores: la inseguridad, los celos, su instinto materno y un sostenido y lacerante sentimiento de culpa que no queda suficientemente reflejado en el film.

 

Quizá uno de los puntos más débiles de la película esté en la elección de Aaron Taylor-Johnson como el personaje del conde Vronsky. Su tipo de belleza y la personalidad que trasluce parecen no estar a la altura de su pareja ni ser capaces de suscitar esa pasión que la impulsa a desafiarlo todo. En contraposición, la destacable transformación de Jude Law en el distante personaje de Karenin, que se debate y lucha entre el sentimiento del deber, el qué dirán y su conciencia, presenta una actuación mas que notable.

La de Wright es, en fin, una versión en la que lo espectacular de la forma no ha logrado fundirse totalmente con el contenido, los personajes y sus pasiones. Pero la obra original es poderosa, y Tom Stoppard ha mantenido en el guión los elementos esenciales y algunas de sus metáforas más potentes. Estas, puestas en boca de Knightley, adquieren una fuerza que hace que este nuevo repaso de Tolstói parezca aceptable, bello y ampliamente justificado.

 

Valoración * * *

 

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